martes, 19 de julio de 2016

UNA SEMANA EN DINAMARCA (I) - Julio de 2016

Cuando empiezas a pensar en un futuro viaje, Dinamarca no suele ser un destino prioritario. Queda un poco a la sombra del resto de Escandinavia, poca (o ninguna) gente que conozcas ha estado allí y la información en Internet es escasa en comparación a otros países. Nosotros buscábamos un sitio a donde huir del calor, donde no tuviéramos que hacer largos recorridos en coche para ver cosas diferentes y además, family-friendly. En este relato de viaje a Dinamarca os explicó por qué nos picó la curiosidad.

Dividimos el viaje en dos partes. En primer lugar nos dirigimos a la isla central, Fionia, donde pasamos unos días de descanso en un pueblecito costero, Thuro. Los últimos tres días de nuestra semana de vacaciones, los pasamos en Copenhague. Desde ambos sitios, realizamos varias excursiones para conocer el entorno.

Compramos los vuelos a bastante buen precio en la web de Vueling (aprox.100€ por persona) y en la misma web alquilamos un Renault Clio durante una semana. Para los alojamientos solemos recurrir a Booking, pero para la estancia en Copenhague, los precios se nos iban de las manos. Así que por primera vez, alquilamos un apartamento privado en la web Airbnb y fue un acierto.

El mapa que resume nuestra semana es este: 


Desde Copenhague hasta nuestro primer alojamiento en Thuro hay unas dos horas en coche. Nosotros tardamos un poco más porque nos paramos un par de veces a hacer fotos. La primera toma de contacto con un sitio nuevo siempre impresiona. Nos impactó mucho el Great Belt Bridge (Storebaelt en danés), el puente que une las islas de Selandia y Fionia pasando por la pequeña Sprogo. Son 18 Km de acero sobre el mar Báltico divididos en dos tramos y un túnel. Es importante saber que las condiciones climatológicas, sobre todo el viento si sopla de norte a sur, pueden influir en el paso de vehículos.

Detalle del Great Belt Bridge

THURO Y SVENDBORG:

La verdad es que llegamos aquí por casualidad. Buscábamos alojamiento fuera de las áreas urbanas, en zona rural y tranquila, el típico sitio para poder salir a pasear al final de la tarde y sólo escuchar pájaros. Así que pusimos el ojo en Fionia, la isla central de Dinamarca y la segunda de mayor tamaño, que tiene como apodo “el jardín de Dinamarca”. Se caracteriza por carreteras interminables (el país es absolutamente plano) con verdes paisajes y casitas tradicionales con techo de paja. Como atractivo añadido, cuenta con un archipiélago de 55 islas situadas al sur, salpicadas de pueblecitos pesqueros, puertos y barquitos por doquier. Suelen estar interconectadas entre ellas o bien con las islas mayores, mediante carreteras o líneas de ferry. Así que en este oasis de paz pusimos el campo base para nuestros días de descanso en Dinamarca.

Thuro es una pequeñísima isla que pertenece al municipio de Svendborg, con el que está conectada mediante un puente. En coche no se tardan más de 5 minutos en ir de la ciudad a la isla. Es un sitio típico de vacaciones para gente local, cuenta con un par de zonas de baño, varios senderos por los que pasear, hay camping y B&B. También hay supermercado, panadería y un restaurante. Es un buen lugar para amantes de la pesca, contando con varios puertos pesqueros (tamaño mini). Los días que pasamos allí aún no eran temporada alta de vacaciones, así que la calma y la tranquilidad fueron constantes. 

Nuestro pequeño hogar en Thuro
Puerto pesquero

Mirando al Mar Báltico

Campiña en Thuro
Playa en Thuro

Una de las noches, probamos el restaurante Thuro Kro, el único de la isla y que resultó ser un sitio peculiar ya que además era una especie de galería de arte-museo-terraza. La carta estaba totalmente en danés, pero según nos aseguraron, medio en serio medio en broma, pensaban traducirla también al inglés. Pero sin prisas, eh...  El caso es que sin mucho miramiento, pedimos pescado de la zona, vino blanco y pastel de la casa y cenamos fenomenal. Casualmente el vino que tenían era DO St-Émilion, donde habíamos estado en el mes de Marzo.

A Svendborg le dedicamos una tarde. Aunque es la segunda ciudad en número de habitantes de Fionia después de Odense, no nos pareció un sitio especialmente turístico. Además nosotros fuimos en domingo y por lo tanto la ciudad estaba bajo mínimos, todas las tiendas cerradas y ni un alma por la calle. Seguramente la hubiéramos disfrutado más un día laborable. Paseamos por el centro y al ver que no había nada que hacer, nos dirigimos a la zona portuaria. Esta ciudad tiene una intensa actividad marítima, es sitio de salida y llegada de ferries hacia las islas del archipiélago, tiene puerto deportivo y sus astilleros han sido de gran importancia para su economía. Pero el día que la visitamos, le faltaba un poco de vidilla, la verdad. 

Una de las plazas del centro de Svendborg

Puerto deportivo de Svendborg

ODENSE, EGESKOV SLOT Y FAABORG:

Odense era unos de los sitios que queríamos conocer sí o sí. Es la ciudad más grande y capital de Fionia que además cuenta con un “hijo” mítico, Hans Christian Andersen. Yo creo que de pequeña me leí el 90% de sus cuentos, El Patito Feo, La Cerillera, El Soldadito de Plomo…  qué recuerdos. En Odense estuvimos medio día más o menos, en parte porque no entramos en ningún sitio y sólo nos dedicamos a pasear. Además, algunas zonas de la ciudad estaban en obras (por ejemplo, de la Catedral de St. Knud y del parque adyacente no tenemos ninguna imagen). Es una ciudad donde todas las cosas de interés están cerca y es fácil visitarla a pie.

Aparcamos en las afueras para evitar las zonas de pago y caminamos unos 15 minutos para llegar al centro. Instintivamente íbamos en dirección al campanario que veíamos desde allí, que pensamos que debía ser la catedral. Más por casualidad que por otra cosa, dimos con una callecita que se llama Nedergade; en ella se sucedía un anticuario tras otro y es que habíamos llegado a una de las zonas más antiguas de Odense, con casas que se remontan al siglo XVI. La calle finaliza en un cruce, donde está la estatua del Soldadito de Plomo. Hay estatuas dedicadas a los cuentos de Andersen por toda la ciudad.


Casas de Nedergade
Casas medievales en Odense
El Soldadito de Plomo

Caminando 5 minutillos más y tras cruzar una gran avenida, llegamos a la zona de la catedral, que como he dicho antes estaba en obras. Ésta, es de estilo gótico y está construida en ladrillo rojo, típicamente danés. En su interior, reposan los restos del patrón de Dinamarca, San Canuto (St.Knud) y por ello ha sido un importante lugar de peregrinación. La Catedral de St Knud y el Ayuntamiento de Odense (Radhus) rodean la Plaza del Ayuntamiento. La plaza es peatonal y en ese día acogía un mercadillo de antigüedades. En el centro hay una estatua dedicada a Oceanía, que unos niños usaban como tobogán, la mar de divertidos. Desde allí, cogimos una calle peatonal larguísima, Vestergade,  la típica calle comercial que encuentras en cualquier ciudad europea. Recorrimos un buen trozo, encontramos la estatua dedicada a la historia de La Aguja de Zurcir (feísima, por cierto) y tomamos un café con leche y un trozo de tarta de manzana que nos llamaba a gritos. 

Pero lo que buscábamos no era ver tiendas, así que tomando una de las calles laterales que salen de Vestergade, acabamos acercándonos al barrio que acoge la casa de Andersen. El barrio en su momento fue de los más humildes de Odense, pero ahora es un conjunto de calles pulcras y cuidadas con las tradicionales casitas bajas danesas pintadas de colores llamativos. Una de ellas, de color amarillo y bien señalizada, es la casa del escritor. Actualmente es un museo al que se accede, no por la puerta de entrada de la casa, sino por un moderno edificio de cristal que está en su parte posterior. Allí también encontraréis una explanada de césped al pie de un lago y una especie de teatro donde se hacen representaciones de cuentos. Tras un paseo por el barrio, volvimos al centro para comer en una de las decenas de pizzerías que hay y dimos por finalizada la visita a Odense. Si vais con niños, hay parques infantiles por doquier, así que cada cierto tiempo os tocará hacer una paradita ;P.

Barrio Andersen

H.C. Andersen Hus

Museo Andersen
Toca divertirse

A pesar de que nosotros lo dejamos aquí, si se dispone de más tiempo hay más cosas que ver en Odense. Además de la catedral a la que no entramos, está el bonito parque que la rodea con un paseo fluvial, o el Castillo de Odense. Es buena idea dedicarle un día entero a la ciudad.

Nuestro siguiente punto de mira es uno de los destinos más visitados de Fionia, tanto por daneses como por turistas, el Castillo de Egeskov (o Egeskov Slot). El lugar no sólo se visita por el castillo en sí, sino por todo el recinto que lo rodea. Allí uno puede pasar perfectamente el día entero, sobre todo si se va con niños, ya que hay jardines, laberintos, museos, zonas de juego, de picnic... El castillo se encuentra en la localidad de Kvendrup, a la que se accede por la carretera que une Svendborg y Odense. Está abierto de Abril a Octubre y las entradas se pueden comprar allí mismo o en su web. Los precios varían según el tipo de entrada, se puede visitar el recinto solamente o pagar la entrada completa (jardines y castillo). Además se pueden comprar pases para varios días. Nosotros pagamos la entrada general de adulto de un día, sin castillo, que nos costó alrededor de 24€ al cambio. Los menores de 4 años entran gratis.

Mapa en mano y tras superar la taquilla y atravesar una parte del jardín, llegamos a la zona del castillo (por cierto, fuimos los primeros en entrar, esto no me había pasado en la vida). Estábamos absolutamente solos y pudimos hacer varias fotos; poco después llegaron hordas de japoneses y hubiera sido imposible.


El Castillo de Egeskov

El castillo data del Renacimiento (s.XVI) y aunque hoy es un edificio precioso con un entorno idílico, la verdad es que fue construido con función defensiva. Está hecho de ladrillo rojo, como otras edificaciones danesas, y se levanta en medio de un pequeño lago sobre una base hecha de roble. El castillo es de propiedad privada (Conde Ahlefeldt) y hay una zona reservada donde vive la familia propietaria. La finca que lo rodea abarca hasta 20 hectáreas, la mayor parte de las cuales están abiertas al público.

Sólo pasear tranquilamente por los jardines llevaría horas. Hay hasta doce jardines diferentes, entre los cuales nos gustaron mucho el jardín aromático o el Kitchen garden, el huerto de la familia. Hay un jardín acuático, una rosaleda preciosa, etc...


The Rose Garden
Los otros habitantes de Egeskov
The Renaissance Garden

Si salimos de los jardines y pasamos a la zona de museos, también podemos pasar horas. Hay exhibiciones de todo tipo y además enormes: coches clásicos, deportivos, carruajes, motos, moda, comestibles, juguetes, aviones! Aquí hay una muestra:






Cansados ya de ver objetos de todo tipo nos vamos hacia la zona de actividades, por llamarla de alguna forma. Aquí es donde nuestra peque se lo pasó pipa. Hay varios laberintos (de donde tuvimos que salir dando media vuelta porque no había manera de encontrar la verdadera salida); un recorrido por las copas de los árboles a 100 metros de altura, poca broma; un parque infantil enorme y con juegos para varias edades, desde bebés a pre-adolescentes; un parque genial, llamado Great Grandfather's Playground (el parque del bisabuelo), donde encontramos juegos del siglo pasado hechos en madera, tipo carretillas, zancos, un juego de bolos... para toda la familia. En esta zona también se puede descansar, hay mesas, kioskos de comida, lavabos...


Zona de juegos
Tree Top Walking
La verdad es que pasamos un gran día, el tiempo nos acompañó muchísimo y es un buen sitio para ir en familia.

La última excursión que hicimos en Fionia desde nuestro retiro en Thuro, fue a Faaborg, una pequeña localidad situada en el sureste de la isla y a media hora en coche de Svendborg. Para compensar el buen día que nos hizo en Egeskov, en esta ocasión no dejó de llover, así que tuvimos reducir la visita bastante. Callejeamos sin mapa por el centro y después por el puerto hasta que nos cansamos de lluvia. Hicimos más o menos lo mismo que en Odense (teniendo en cuenta que Faaborg es mucho más pequeño), es decir, dejar el coche aparcado a las afueras y cerca del puerto, localizar el campanario y dirigirnos a él. Caminando en paralelo al mar, llegamos a un cartelito que señalizaba el centrum y por allí entramos a una calle llamada Strandgrade. Tuvimos la primera toma de contacto con las casas bajas y coloreadas que nos acompañarían durante todo el paseo. Desde Strandgrade, cogimos una calle que apareció nuestra derecha, Torvet, que se dirigía al campanario que habíamos tomado como referencia. Pasamos por una plaza donde había un conciertillo de jazz y se habían colocado mesas y bancos para disfrutar la música (bajo la llovizna, eh). Y a partir de aquí, nos adentramos en la zona más antigua de Faaborg. El mencionado campanario es la Torre del Reloj (Klokketarnet) de la Iglesia de San Nicolás, que tiene seis siglos a sus espaldas. Se puede subir y contemplar la campiña y el archipiélago del sur, aunque nosotros no lo hicimos. Bajo la lluvia localizamos el Museo de arte de Faaborg, atravesamos un bonito cementerio, vimos casas antiguas con sus torcidos entramados de madera, atravesamos la plaza "mayor" con su escultura de nombre impronunciable de un hombre amamantado por una vaca... Y saliendo del centro, nos dirigimos a la zona portuaria, donde además de la zona de barcos de recreo, está el puerto de ferries hacia las islas. Seguramente, si el clima hubiera sido más benigno, habríamos intentado visitar la isla de Aero, pero lo dejamos para otra ocasión.
Algunos detalles del casco antiguo de Faaborg bajo la lluvia:






Aquí se acaban nuestros días en Fionia. Desde aquí nos dirigimos a Copenhague para pasar unos días antes de volver a casa.

Continuará...

lunes, 11 de julio de 2016

AOC SAINT-ÉMILION - Marzo de 2016

Durante el mes de Marzo, entrando ya en la primavera, realizamos nuestra primera escapada de 2016.En este relato de viaje a Burdeos y Saint-Émilion os explicamos la visita a una zona del suroeste de Francia donde teníamos ganas de ir desde hacía tiempo, pero por una cosa u otra siempre quedaba descartada. Para nosotros, que vivimos en Barcelona, está demasiado lejos para ir sólo un fin de semana pero demasiado cerca para incluirlo en unas vacaciones (aunque todo es cuestión de gustos). Hablo de la ciudad de Burdeos y alrededores, en la antigua Aquitania.

Pero resulta que desde hace unos años, Vueling enlaza Barcelona con Burdeos en apenas 50 minutos. Encontramos unos vuelos a muy buen precio para ir el viernes por la mañana y volver el lunes al mediodía, lo que nos permitía pasar 3 días y pico por la zona. Así que cogimos dos días de vacaciones y allí que fuimos. Todo hubiera salido a pedir de boca si no hubiera sido por la sorpresa que tuvimos durante el último día: huelga en Francia, por lo tanto no hay vuelos (en nuestro caso no hay vuelo de vuelta). Y al ser un problema ajeno a la compañía, Vueling no se hace cargo de nada, claro. Así que finalmente nos vimos obligados a hacer ese viaje en coche que nunca antes nos había apetecido hacer: Burdeos – Barcelona en más de 6 horas, perdiendo todo el día. En fin.

La primera idea era alojarnos en Burdeos y desde allí hacer un par de excursiones para conocer la región. Pero nosotros solemos disfrutar más en entornos rurales y al final la cabra tira al monte, así que invertimos el planteamiento inicial y pusimos el campo base en Saint-Émilion. Esta segunda opción implicaba tener coche de alquiler para poder moverse entre los pueblos, eso sí.  Nuestro alojamiento se llamaba “A la belle vie” y era una especie de cabañita prefabricada, situada en un camino que salía de la carretera principal. A buen precio pero sin ningún lujo, a nosotros nos bastaba.

El viernes, entre el vuelo y la recogida del coche, el desplazamiento Aeropuerto de Burdeos – Saint-Émilion (aproximadamente 50 minutos sin tráfico) y el tiempo que tardamos en localizar el apartamento que estaba un pelín escondido, sólo disfrutamos de la tarde para hacer un poquito de turismo. Y la dedicamos a caminar entre los infinitos campos de viñas.

El paisaje vitícola de Saint-Émilion fue reconocido por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad en 1999. Y no es para menos. Incluso a nosotros, que lo hemos conocido en pleno invierno cuando la vid está en su fase latente, nos ha fascinado. El Viñedo de Saint-Émilion ocupa más de 5000 hectáreas y forma parte (es un 6% aprox.) del llamado Viñedo de Burdeos. El vino producido allí tiene Denominación de Origen Protegida, dividida en la AOC Saint-Émilion y AOC Saint-Émilion Grand Cru (esta última más restrictiva y con varias subclasificaciones). Todo el viñedo está salpicado de magníficos Chateaux, que son casas de campo con su propia finca productora de vino, equivalentes a una bodega aquí. Muchos de ellos son visitables y ofrecen catas. También el viñedo puede recorrerse de diversas formas, tanto a pie como en bicicleta, solo o con guía. Hay multitud de senderos entre las vides y la mayor parte es terreno plano. Lo mejor es contactar con la oficina de turismo de Saint-Émilion y decidir. Nosotros lo recorrimos en parte a pie y en parte con coche.

Paseo por el viñedo
Paseo por el viñedo
Paseo por el viñedo
Paseo por el viñedo
Paseo por el viñedo

BORDEAUX

Decidimos dedicar el sábado a conocer Burdeos, pensando que habría más ambiente que el domingo y dejar Saint-Émilion y alrededores para, valga la redundancia, hacer el dominguero. Así que después de desayunar cogimos el coche y en una hora más o  menos, estábamos en Burdeos. Aparcamos en un garaje de pago, ya que no nos apetecía dar mucha vuelta para buscar aparcamiento y, aún menos, pagar por aparcar en la calle. En la Cours Victor Hugo, justo en la calle de al lado de la Grosse Cloche, está el parking del mercado.

Para ser justos, Burdeos es una ciudad a la que habría que dedicarle más de un día si se quiere conocer medianamente bien y disfrutarla de día y de noche. Nosotros callejeamos todo lo que pudimos, caminamos muchísimo e intentamos recorrer los “imprescindibles”.


Una vez aparcado el coche empezamos a caminar hacia el río, ya que nos apetecía ver la ciudad desde fuera, desde el paseo fluvial. Aun así, lo primero que encontramos justo en la calle paralela al garaje es la Grosse Cloche (gran campana). No encontraréis sólo la campana, sino un gran campanario, formado por dos torres circulares y un cuerpo central que alberga la campana y el reloj. En su origen fue una puerta de entrada a la ciudad y tuvo función defensiva/prisión. Por aquí pasaban los peregrinos en su camino a Santiago de Compostela, de aquí que el nombre de la calle a la que se accede sea Rue Saint-James. La campana se tocaba en caso de alerta, por ejemplo un incendio. Por la noche se ilumina, aunque nosotros no lo llegamos a ver.

La Grosse Cloche desde Victor Hugo

Seguimos desplazándonos por Victor Hugo en dirección al río. Según avanzamos nos damos cuenta de que estamos en un barrio muy popular, con mucha mezcla cultural y alto nivel de inmigración. Por todas partes vemos tiendas magrebíes, asiáticas, grupos de gente tomando el té, en una estampa típica marroquí… Cuando llegamos al río, lo primero que paramos a fotografiar es el bonito Pont de Pierre (Puente de Piedra) que cruza el Garona uniendo el centro de Burdeos con el barrio de la Bastide. Fue construido en época de Napoleón y está formado por una serie de arcos sujetos por gruesos pilares que lo protegen de la fuerte corriente. Cada arco está adornado en la zona superior por una farola. Iluminado es una preciosidad.

Pont de Pierre

Recorrimos el paseo fluvial, en mi opinión una de las zonas más bonitas de la ciudad, desde el puente hasta la Place de la Bourse. Nos hizo un día espléndido, por lo que el paseo estaba a tope de gente haciendo deporte, caminando e incluso improvisando algún picnic. La acera contraria (la ciudad vista desde el río) es una sucesión de elegantes fachadas de piedra, muy fotogénicas, que a cierta altura queda interrumpida por la Porte Cailhau. Es otra de las antiguas puertas de entrada a la ciudad, con sus torreones y tejados puntiagudos, con una clara función defensiva ante cualquier visitante no deseado que circulase por el Garona. Entre el río y la ciudad las líneas de tranvías circulan con regularidad. Finalmente llegamos a la altura de la Place de la Bourse (Plaza de la Bolsa), una preciosa plaza semicircular que a diferencia del resto de edificaciones que hemos visto, mira hacia el río (el resto le da la espalda, ya que en la época medieval, cualquier actividad en la ciudad se llevaba a cabo de murallas adentro). Los edificios que la forman, muy señoriales, albergan varias sedes gubernamentales. En el centro de la Plaza vemos la Fuente de las Tres Gracias. Pero si hay algo icónico en esta plaza, es el Miroir d’Eau, el Espejo del Agua que es un auténtico símbolo de Burdeos. En realidad no forma parte de la Plaza, sino que está  situado enfrente, al pie del río. Es una explanada donde bailan diversos chorros de agua que sale del suelo, alternándose con la formación de niebla. Cuando se acaban los chorros queda una capa de agua sobre el suelo que refleja perfectamente la plaza, quedando un escenario espectacular. Por supuesto, a los niños les encanta chapotear y remojarse en los chorros, claro.

Porte Cailhau
Place de la Bourse

La Plaza desde el paseo

Si volvemos a adentrarnos en la ciudad por la plaza, damos con el centro neurálgico de Burdeos. Hemos hecho bien en venir el sábado, todo está abierto y las calles están llenas de gente. Nuestro destino final antes de buscar un sitio para comer es la Place de la Comédie. Esta plaza es un hervidero de gente, con el Grand-Théâtre a un lado y el Grand Hôtel al otro. El edificio del teatro, del s.XVIII,  es sede de la Ópera y el Ballet Nacional de Burdeos. Y aunque no entendamos mucho de estilos arquitectónicos, la fachada de doce columnas con sus doce estatuas, nos recuerda mucho a la antigua arquitectura griega. A la plaza, van a parar varias de las calles más importantes de la ciudad y los tranvías la atraviesan constantemente. Está claro que es un punto de encuentro de los bordeleses y a esta hora del día, las terrazas de bares y hoteles están llenas. Nosotros nos adentramos por una de las calles, adonde ahora mismo no sabría llegar, y decidimos comer en un restaurante, Le Bistro Régent, donde ofrecen un menú por 13€ y también menú infantil.


Place de la Comédie


Place de la Comédie

Después de comer y con la peque ya dando cabezazos, vamos en dirección a la catedral. La Cathédrale Saint-André, de estilo gótico, es la iglesia más importante de Burdeos. Está reconocida por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad, ya que forma parte del Camino de Santiago Francés. No la visitamos porque había algún tipo de oficio en ese momento, pero desde el vestíbulo pudimos observar la nave central, el altar y el coro. El campanario, llamado Torre de Pey-Berland, está separado del resto de la catedral y tiene 50 metros de altura, de forma que es uno de los miradores de la ciudad.


Saint-André

Saint-André

De vuelta al aparcamiento, nos desviamos un poco del trayecto para dirigirnos a la zona de Saint-Michel, el primer barrio por donde hemos pasado esta mañana. Entre las sinuosas calles, encontraremos la plaza central y la basílica del mismo nombre. La basílica, al igual que la catedral, es de estilo gótico y forma parte del Patrimonio de la Humanidad. Su campanario, llamado La Flecha, también está construido aparte (esto es debido a la naturaleza del suelo) y subidos a él podemos ver toda la zona del puerto. En la plaza, estaban desmontando las paradas del mercadillo que se celebra los fines de semana. Es un buen sitio para tomar un té con menta en la terraza de cualquier salón de té, que allí abundan. Desde aquí, ya nos despedimos de Burdeos hasta otra ocasión.

Basílica de Saint-Michel

SAINT-ÉMILION

Saint-Émilion es el típico destino donde la gente de la ciudad va a pasar el domingo. Está bien conectado con Burdeos por tren y carretera, es un precioso pueblo medieval entre viñas, tiene gran oferta de tiendas, galerías y restaurantes (sin llegar a ser agobiante), historia y paisaje en un espacio muy reducido. Su origen se sitúa en el siglo octavo, cuando el monje Émilion se retiró a esta zona para pasar los últimos años de su vida y acabó fundando aquí una comunidad religiosa. El pueblo creció alrededor de su retiro, que no era más que una cueva, y finalmente adoptó su nombre. Nada tuvo que ver el monje con la cultura del vino que venía de mucho tiempo atrás. De hecho los romanos ya habían escogido este territorio por su microclima y excelente suelo para sus viñedos.

En la oficina de turismo se puede obtener un sencillo pero útil mapa con los que ellos consideran los 12 monumentos que hay que ver. Nosotros además compramos (por unos 8€) los tiquets para la visita guiada de la iglesia monolítica, ya que no está permitido verla por libre.

Por la situación de nuestro alojamiento, entrábamos en Saint-Émilion por la zona de la estación de tren, al sur. Hay varios parkings de pago para dejar el coche, pero nosotros lo dejábamos en una carretera un pelín apartada y caminábamos hacia el centro. 
Subiendo por la Rue de la Porte Bouqueyre, lo primero que encontramos son los antiguos lavaderos. Es curioso ver que hay una zona cubierta con un tejado y otra al descubierto. Así se separaban las lavanderas de las mujeres ricas de las pobres, lavando sus ropas en zonas diferenciadas para evitar mezclar las aguas.

Lavaderos

A la izquierda de los lavaderos ya podemos ver la Tour du Roy. Esta torre cuadrada y robusta es lo único que queda del desaparecido castillo del rey, que dominaba la región desde la zona alta. Si accedéis a ella subiendo un tramo de escaleras, tendréis unas buenas vistas de Saint-Émilion.
La Tour du Roy

Saint-Émilion

Sin moveros de aquí, a espaldas de la torre, está lo que queda del antiguo Convento de las Hermanas Ursulinas, que una de las cosas buenas que hicieron fue inventar los macarons, especialidad de Sain-Émilion.


Le Couvent

Volviendo a la calle de donde veníamos nos dirigimos ahora hacia una de  las zonas más interesantes, la Iglesia Monolítica y su campanario. Este último marca el punto más alto de Saint-Émilion. Fue construido a lo largo de varios siglos sobre la iglesia subterránea y recopila varios estilos arquitectónicos. Es visitable, aunque nosotros nos enteramos después. Por 1.5 €, puedes obtener prestada la llave en la oficina de turismo y tras subir los 196 escalones, obtener las mejores vistas.

Campanario sobre la Iglesia Monolítica

Como he dicho antes, la iglesia hay que verla en grupo, con un guía de la oficina de turismo. Tuvimos que hacer la visita en francés y nos costó un poco seguir las explicaciones pero nos íbamos apañando. Dentro del recinto hay varios espacios de interés: la cueva de San Émilion, donde éste pasó hasta 17 años de su vida; la capilla medieval, donde se conservan pinturas murales descubiertas durante los primeros años del siglo XX; las catacumbas (que nosotros no vimos); y por fin la iglesia monolítica, una catedral totalmente excavada en la roca caliza. Más que por su belleza, sorprende por sus dimensiones, con una altura de hasta 11 metros en la bóveda central y por la fortaleza de los pilares que soportan el peso del campanario. Aquí llegaron a convivir hasta 50 monjes, siendo a día de hoy, la iglesia excavada más grande de Europa. No pueden tomarse fotos, hay que verla en persona.


El campanario desde la plaza del antiguo mercado

Una vez vista la iglesia, nos dedicamos a pasear. El pueblo está formado por una serie de caóticos callejones, entre los cuales destacan los tertres, calles peatonales empinadísimas y además adoquinadas, para hacerlo más dificil. La más conocida es la que alberga la Puerta de la Cadena y la casa del mismo nombre. En esta calle, una hipotética cadena separaba físicamente la Ciudad Alta y la Ciudad Baja, dividiendo a la población según su estatus social y religioso. La Casa de la Cadena, es la única casa de arquitectura medieval superviviente de la localidad.


Tertre de la Tente


Detalle Maison de la Cadène
Es imposible no darse cuenta de que Saint-Emilion vive del negocio del vino. Hay decenas de establecimientos dedicados a él.

El negocio del vino
Callejeando, nos dirigimos hacia el exterior del pueblo, para ver los restos de las murallas medievales que quedan en pie. La llamada Gran Muralla es la única pared que queda en pie del antiguo monasterio dominico. Con el campo de viñas a sus pies es una de las imágenes más conocidas de Saint-Émilion y con la que finalizo este relato, aunque mi foto no sea de lo mejorcito.
Murallas de Saint-Émilion

Algunos links que nos han sido de mucha utilidad:
http://www.saint-emilion-tourisme.com/
http://www.burdeos-turismo.es/

RELATO DE VIAJE A BURDEOS Y SAINT-ÉMILION, por Miriam.